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La desidia obstruye los cauces

Las obras de control hidráulico que se construyeron en las cuencas afectadas por la tragedia de 1999 fueron destruidas o quedaron inservibles durante las vaguadas de 2005 y 2010. Y  así permanecen porque no han sido rehabilitadas. Expertos de la UCV recomiendan la construcción de al menos 100 presas adicionales 

Edgar López 

A lo lejos se divisan siete estructuras metálicas por encima de una ciclópea hilera de pilastras de concreto que conforman el dique principal de la presa construida en el río Naiguatá después de la tragedia de 1999. Una mayor aproximación permite verificar lo que allí ocurre: una empresa de explotación de arena y piedras está enclavada en el foso de la presa, que está colmatado de sedimentos y no permite el flujo natural del agua que baja de la montaña. Por lo pronto, el río está desviado y fluye tímidamente al margen izquierdo. 

Un kilómetro más arriba, donde la corriente de agua pierde su anchura y se interna en el Ávila,  prosigue la actividad extractiva. Allí las dimensiones de lo que puede arrastrar el río se pueden calibrar en rocas de hasta diez metros de alto que son fracturadas con maquinaria pesada para poder transportarlas aguas abajo.

La extracción de arena y piedras pudiera servir como un mecanismo de dragado, pero ha causado un lodazal que obstruye la presa. La sedimentación se puede apreciar a simple vista a los dos lados de la muralla de 15 metros de alto. Allí crecen arbustos de hasta seis metros. Y del contradique apenas se puede ver el borde superior, porque está sepultado.


Robert Castro, jefe de Operaciones del Consorcio Minero Luso-Vargas, no ofrece mayores garantías: “Usamos una bombas sumergibles para achicar y despejar el área, pero ahorita están dañadas”.


Castro precisa que el Consorcio Minero Luso-Vargas es una empresa mixta que se creó hace ocho años. 51% de las acciones pertenecen a la Gobernación de Vargas y 49% a la corporación portuguesa Texeira Duarte: “De aquí extraemos 300 metros cúbicos diarios de arena y piedra, aproximadamente 500 toneladas, que se destinan a obras del gobierno regional y también se venden a empresas privadas. Tenemos 67 empleos directos y 10 indirectos”.

Serbio Aponte, obrero del consorcio desde hace dos años, asegura que la explotación de arena y piedra no implica mayores riesgos: “Por el contrario, nosotros, de vez en cuando, limpiamos el cauce con un Jumbo”. El hombre de 52 años de edad afirma que la explotación se extiende a lo largo de la carretera que construyó la empresa: “Hasta aquí, donde la montaña es como una pared, el Ministerio del Ambiente nos dio permiso”.


A las 8:00 am del 21 de noviembre de 2019, la actividad minera en el río Naiguatá, convertido en cantera, es incesante. Media docena de camiones cargan arena y piedras y luego circulan en dirección al mar por una carretera de tierra que finaliza a mitad del río, donde comienza la zona urbanizada. Y de allí en adelante los vehículos transitan por el canal construido para escalonar el cauce y disminuir la fuerza del agua. 


El río dejó de ser un espacio habitado por los que viven en Naiguatá. Luego de la instalación de la empresa minera, la principal obra hidráulica no protege a los pobladores del lugar de eventuales desastres.

Mantener y no obstruir


El riesgo nunca desaparecerá en Vargas. Las lluvias excepcionales que pueden causar aludes torrenciales son parte de las características climatológicas de la región, como ha ocurrido antes y después de la tragedia de 1999. En una franja costera que no supera los tres kilómetros de ancho, constreñida por las pendientes del Ávila, lo que sí se puede evitar es que el riesgo se convierta en desastre. Con ese fin se construyeron 62 presas entre 2000 y 2008.


Pero no basta con construir presas, pues es necesario mantener su funcionabilidad y no obstruir el cauce de ríos y quebradas, por ejemplo con desarrollos industriales como el instalado en el río Naiguatá. 


Un estudio realizado por los expertos de la Universidad Central de Venezuela José Luis López, David Pérez-Hernández y François Courtel sobre el comportamiento de las presas luego de la vaguada de 2005 indica: “De las 62 presas existentes, se ha determinado que 14 de ellas, el 23%,  presentan acumulaciones de sedimentos que alcanzan el nivel de la cresta del vertedero. Están totalmente sedimentadas. Por otra parte, todas las presas cerradas (14) construidas entre los años 2002 y 2004 también se sedimentaron, la mayoría debido a la creciente extraordinaria de febrero de 2005. Estas presas cumplieron con su función de retener los arrastres sólidos de las crecientes, aunque varias de ellas ya presentaban un alto grado de sedimentación antes de febrero de 2005”.
 

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Quince años después, el investigador docente del Instituto de Mecánica de Fluidos de la Facultad de Ingeniería de la UCV José Luis López advierte que 60% de las presas construidas en Vargas  están totalmente sedimentadas, que la mayoría de las canalizaciones están obstruidas por vegetación y sedimentos y que se han incrementado los procesos erosivos aguas abajo.


Efecto Cocuyo verificó la situación que describe el experto a través de un recorrido por seis de los cauces afectados por la tragedia de 1999. El río San Julián, que devastó buena parte de Caraballeda, apenas tiene un metro de ancho cuando fluye entre dos de las siete pilastras de la presa abierta que se construyó al final de la zona urbanizada. Es una estructura de concreto taponada por rocas, sedimentos y árboles de más de diez metros de alto que sobrepasan el borde del vertedero. Dos hombres y una mujer aprovechan la desolación del lugar para prender velas y fumar tabacos en lo que parece un rito religioso.

Un abandono similar se puede constatar en el cauce del río Cerro Grande, donde se instalaron dos empresas productoras de asfalto que inundan de humo negro toda la zona. Una primera presa fue construida con concreto y gaviones al lado de las ruinas de varias casas sepultadas por los aludes torrenciales de 1999. Allí  la sedimentación alcanza aproximadamente 6 de los 9 metros de alto que tiene la estructura. “Nunca le han hecho mantenimiento y cualquier lluviecita desborda la presa”, afirma Máximo Chico, encargado de un vivero cercano.

A pesar de que Hidrocapital tiene una instalación en el lugar, la vía de acceso a la segunda presa de Cerro Grande es apenas un camino angosto que sólo se puede transitar a pie y con algún instrumento que permita apartar la tupida maleza. La fractura del contradique es una evidencia adicional del abandono. Félix Sánchez, que trabaja en la zona, asegura que la estructura colapsó en 2002 y nunca fue reparada.

Mal pronóstico


Aunque se ha determinado que “la capacidad de almacenamiento de sedimentos que tienen las presas de Vargas es bastante inferior a los volúmenes de producción de sedimentos de las cuencas”, López considera imprescindible proseguir los estudios de cada cuenca y construir al menos 100 presas más, preferiblemente abiertas. 


La construcción de obras de control hidraúlico se detuvo en 2008 con la extinción de la Corporación para la Recuperación y Desarrollo del Estado Vargas (Corpovargas). El organismo creado para lidiar con la ferocidad de la naturaleza en el litoral central después de la tragedia de 1999 no fue sustituido por otro que asumiera las tareas pendientes.


Se trata de salvar vidas, insiste el experto de la UCV. Y menciona un ejemplo: “En el río Curucutí  se construyeron cuatro presas y en el río Piedra Azul otras tres. Esas siete presas retuvieron 100.000 metros cúbicos de sedimentos durante la vaguada de 2005. Eso es equivalente a un edificio de cuatro plantas que ocupa toda el área de un campo de fútbol lleno de sedimentos. Si esas presas no hubieran sido construidas, hubiera muerto mucha gente”.


José Luis López formula dos recomendaciones: 1) restablecer la capacidad de retención de las presas sedimentadas mediante la remoción  y 2) extraer el material acumulado y construir nuevas presas, mayoritariamente presas abiertas.


En el río Curucutí, una de las presas ubicada en la parte alta del sector La Pedrera está tragada por una espesa vegetación. Para ver los restos de la estructura de gaviones es necesario recorrer un camino que después de 300 metros se va estrechando hasta desaparecer.


Donde comienza la zona urbanizada de La Pedrera, el río se ha convertido en una cloaca repleta de basura y escombros. En las orillas, varios niños juegan metra y uno de ellos saborea una chupeta. Al parecer, la incipiente llovizna que cae esa tarde no asusta a nadie en ese lugar.

El embaulamiento del río Curucutí está despejado de basura y escombros a partir de la avenida Soublette, por lo cual solo protege a la zona aduanera y a las instalaciones militares que están hacia la desembocadura.


En palabras de López: “Las presas ya no cumplen las funciones para las cuales fueron construidas y se han desarrollado procesos erosivos en las bases que amenazan su estabilidad. Si vuelven a ocurrir aludes torrenciales en Vargas, la crecida va a pasar por encima de las presas que están sedimentadas. La población no está protegida y puede producirse un nuevo desastre en la región”.

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