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Carmen de Uria:
5 imágenes,
20 años después
Mairet Chourio/ Edgar López
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Daniel Atencio preserva los restos de la iglesia de Carmen de Uria como un monumento contra el olvido. El hombre de 40 años de edad vive con su esposa y dos hijas pequeñas en lo que fue la casa parroquial, al lado de la estructura con un inclinado techo a dos aguas que, milagrosamente, no fue destruida por la crecida que arrasó el pueblo en diciembre de 1999.
Hace un inventario de lo poco que quedó: apenas uno de los 40 bancos de madera, la pila bautismal, el altar de mármol y un Cristo con el brazo derecho roto. “Hemos hecho muchas solicitudes a la iglesia, así como a organismos públicos y privados para restaurar la imagen, pero nadie nos ha ayudado”, lamenta el custodio de la desolada capilla.
Veinte años después de la tragedia, en Carmen de Uria no hay suficientes feligreses y mucho menos un sacerdote para habitar ese espacio de culto católico. “Pero al menos una vez al año, el 16 de diciembre, viene un cura, se hace una misa y se recuerda a todas las personas que murieron, entre ellas varios de mis amigos. Porque yo nací y siempre he vivido aquí. Ya es costumbre, este es el pueblo de uno. No me imagino en otro lugar. El año pasado vino bastante gente a la misa”, agrega Atencio, antes de volver a quedarse solo.
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La Subida del Zapatero. Así se llama la única calle de Carmen de Uria que, por estar en una colina, no fue arrasada por el feroz caudal de piedra y lodo que bajó del Ávila hace 20 años. Y allí permanece una decena de casas habitadas por integrantes de dos familias (los Díaz y los Ovalles) que nunca se fueron del pueblo.
Hacia el mediodía del 21 de noviembre de 2019 no se ve gente en el lugar. Casi todas las puertas están cerradas; se tocan, pero nadie abre. Un hombre de aproximadamente 65 años aparece sin camisa por un callejón, como si fuera un fantasma. Desconfía de la presencia de extraños y se niega a conversar. En silencio, sigue caminando hasta el borde de la vía resquebrajada. Y después de pasar al lado de un caballo, un burro y un perro, desaparece.
“Estoy ocupada haciendo almuerzo”, responde Marlene Díaz a una solicitud de entrevista. Luego de mucha insistencia, baja de la segunda planta de una vivienda de bloques y cuenta que durante la tragedia muchos tuvieron que evacuar por una zona montañosa denominada El Tigrillo que conduce a Naiguatá.
“Cuando todo esto comenzó a destruirse, en la tarde del 15 de diciembre, cogimos montaña arriba, porque no podíamos salir hacia la playa. Eso fue horrible, pero ya pasó y confiamos en Dios que no vuelva a pasar”, expresa la mujer.
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“Lo único que ha hecho García Carneiro por Carmen de Uria es un botadero de basura”, reclama Marlene Díaz, en la terraza desde donde se puede ver el terreno ubicado en el extremo oeste del pueblo. “Después de que él mandó a echar basura allí, el mal olor es muy fuerte y todo esto está inundado de moscas”, prosigue, molesta, la mujer.
No le perturba la idea de vivir en un área que fue declarada cementerio. En verdad, parece una apacible comunidad rural, donde apenas se oyen los chillidos de un par de cochinos y el cacarear de las gallinas.
Sin embargo, a veinte metros de la Subida del Zapatero está el río: “Cuando llueve nos da como nervio, pero nos quedamos tranquilos. Es que nosotros vivimos aquí tranquilos. Cuesta para llegar hasta aquí, porque solo hay caminos de tierra. Todo lo tenemos que comprar afuera, en Naiguatá. Pero tenemos agua y luz, que es bastante”.
![Carmen de urea 5.jpg](https://static.wixstatic.com/media/378780_ca6563152c54441fa9d368260db0ae6e~mv2.jpg/v1/fill/w_1000,h_673,al_c,q_85,enc_avif,quality_auto/Carmen%20de%20urea%205.jpg)
Un Destacamento de la 2° Compañía de la Guardia del Pueblo está a la entrada de Carmen de Uria y es la única edificación bien conservada del pueblo. Solo allí se percibe algo de entusiasmo, al menos en la cancha deportiva donde juegan unos jóvenes soldados.
La instalación militar tiene como propósito impedir el repoblamiento de la zona, así como la buena vecindad entre las personas que allí permanecen, en la mayoría de los casos porque no tienen mejores opciones.
Para llegar hasta las pocas viviendas habitadas hay que recorrer caminos de tierra, a cuyos lados están los restos de las que fueron sepultadas durante la tragedia de 1999. Por allí, con un palo que usa como bastón y un saco al hombro, un anciano transita lentamente…
![Guaira día 1 (128 de 191).jpg](https://static.wixstatic.com/media/378780_e428c4aeb06e48709690e00c64637d44~mv2.jpg/v1/fill/w_1000,h_667,al_c,q_85,enc_avif,quality_auto/Guaira%20d%C3%ADa%201%20(128%20de%20191).jpg)
“No me tomen fotos, porque estoy muy fea”, advierte María Gagliardi Duarte, mientras amamanta a su hijo y está pendiente de que no se le queme el arroz que cocina en un fogón, a la entrada de su casa.
Desde la vía principal, paralela al mar, se puede ver el edificio que construyó su padre, Felipe Gagliardi, quien fue el proyectista de Carmen de Uria. A la estructura le quedan seis plantas que ahora están vacías, pero que después de la tragedia fueron ocupadas anárquicamente.
“Yo tenía 15 años. En ese edificio se refugiaron como mil personas que perdieron todo. Llegaban mujeres, ancianos, niños… Llegaban llenos de barro y aterrorizados. Los primeros en llegar fueron los que habían construido unos ranchos en la cuesta de un cerro apenas un año antes. Un poco después de las 5:00 am del 16 de diciembre se escuchó la explosión del río, que destruyó la calle del medio”, recuerda la mujer.
Vive con sus tres hijos, su esposo y su madre. “Yo no me voy de aquí porque este terreno y estas bienhechurías le pertenecen a mi familia. A mucha gente la indemnizaron, pero a nosotros no”, dice la joven, quien es técnico superior en Turismo y elaboró un proyecto para la creación de un parque recreacional en Carmen de Uria. Por Whatsapp, María Gagliardi Durate promociona otras imágenes más recónditas y amables de Carmen de Uria: pozos cristalinos, los espacios donde había haciendas coloniales y hasta petroglifos.